Decía Henry Ford, que si le hubiera preguntado a la gente que querían para desplazarse de un sitio a otro, seguramente le hubieran dicho que una diligencia con más caballos, no un automóvil. Así que, parte del éxito de una empresa es encontrar lo que los clientes necesitan, mostrárselo y entregárselo a cambio de algo, dinero claro.
La diferencia entre el valor de uso de un bien y su valor de cambio la definía extraordinariamente Adam Smith en su obra «La riqueza de las Naciones» y, básicamente, consiste en la cantidad de dinero que estamos dispuestos a pagar para obtener dicho bien aunque su uso sea insignificante (diamante versus agua). Ayer estuve en el out-let de Plaza Mayor en Málaga y te das cuenta de la verdadera diferencia entre el valor de uso de un bien y su valor de cambio: según lo que quiera aparentar o la tribu a la que quiera pertenecer estaré dispuesto a pagar un mayor valor de cambio por tener esta o aquella marca, independientemente de que lo que necesite sea un sencilla camisa blanca.
Desde que los griegos «organizaron» el Olimpo de los dioses hemos estado consumiendo marcas: que si soy de Afrodita, que yo Poseidón, de Artemis, de Ares…
Poco hemos evolucionado en este aspecto. Como observaba Jung, estos arquetipos en forma de mitos, ahora de marcas, nos acompañan desde el inicio de la historia de la humanidad alojados en nuestro inconsciente colectivo.
Y con esta base en nuestro subconsciente el marketing solo tiene que llevarnos a un mundo en que estaremos dispuestos a pagar mucho más por el uso de un bien, porque sentimos que así cambiaremos nuestra vida.
Así nos va.