Cuando nos encontramos inmersos en las batallas de nuestras empresas y comercios, de nuestros proyectos emprendedores, peleando incansablemente, llega un momento en que nos damos cuenta de que el reguero de sangre de las heridas recibidas no es solo nuestro. Hay sangre de más personas, de personas que nos importan, de personas que hemos arrastrado al frente de batalla sin darnos cuenta, de personas que nos quieren.
Lo expresa de manera extraordinaria la escritora Patricia G. Monteoliva en su último post del que (con permiso) he copiado este título.
Esto le pasó a un buen amigo. Tomó la crisis que destrozó a su sector y se la echó a la espalda. Cabalgó sin mirar atrás, peleando sin parar, hora tras hora, día tras día y año tras año. Sin decir nada, presto siempre a las batallas, sin querer pedir ayuda.
Sintiendo el profundo dolor de sus heridas, un día decidió que ya tenía bastante. No podía seguir luchando, ya no le quedaban fuerzas.
Sentado en su escritorio tomó conciencia de que, quizás, era irreparable el daño sufrido.
Y se dio cuenta de que la sangre que lo empapaba todo no era solo suya. Lo que había tratado de evitar, aquello por lo que hubiera muerto mil veces, sangraba junto a él: su mujer, sus tres hijas, sus proyectos, su casa, su empresa, sus trabajadores… Todo se había roto, todo manaba sangre.
Es cierto que las batallas las libra uno solo. Primero con uno mismo (que es la única manera de crecer y fortalecerse) y luego con el enemigo, sea quién o qué.
También es cierto que tenemos que avisar al entorno (familia, empresa) de la batalla que se avecina. Si hay cobardes les damos tiempo para irse; si hay valientes tendremos un punto de apoyo sobre el que volver a curar heridas y coger fuerzas.
Las batallas unas veces se ganan y otras se pierden, todo no es negro o blanco, bien lo sé yo. Pensar que es mejor que no se entere nadie es un error, pase lo que pase necesitas tus apoyos, necesitas transparencia con quien viaja contigo en la vida.
No esperes a sentarte y explicarlo. No esperes a pedir ayuda.
No esperes, no sea que llegues demasiado tarde.
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