En esta sociedad de apariencias, fachadas y sonrisas de plástico, nos olvidamos pronto de los que lo intentaron y cayeron. Solo queremos que nos hablen de los éxitos, para que podamos envidiarlos, y que en el bar nos hablen de los fracasos del vecino para regocijarnos de las desgracias ajenas, apenas asomando la cabeza desde nuestra propia piscina de vida miserable y mentirosa.
¿Para cuándo los monumentos a los héroes caídos y puestos de nuevo en pie para luchar? ¿Cuántos emprendedores, todo corazón, empezaron con la mayor ilusión del mundo para luego fracasar? ¿Cuántos lo vuelven a intentar? ¿Cuántos con la cabeza agachada como si fueran culpables del mayor de los males?
No solo se aprende del que triunfa, también del que fracasa. Es más, su vida, la del fracasado, es mucho más interesante porque es humana, no se rodea de artificios, ni de incienso de éxito, ni de lameculos. Agacha su cabeza y sigue caminando, no le queda otra, tiene una familia a la que salvar.
Lo veo madrugar y trabajar duro, atrás quedaron los días de gloria. Se arrastra sin remedio aparente, tiene los cojones de no rendirse jamás aunque la angustia corroa sus entrañas. Lo intentará una vez más.
No quiere ir a Hollywood, no quiere fotos, no quiere reconocimientos, solo quiere vivir en paz, trabajar, ganarse el pan con el sudor de su frente, ver a su mujer sonreír, hacerlo bien con sus hijos y ayudar a quien lo necesite.
No te rindas, sigue insistiendo, cada día es un éxito, cada euro que entra en la caja un golpe a la cara del infortunio.
Un día más madrugando, un día más dispuesto al combate, un día más apretando los dientes, un día más venciendo, un día más que sonríes, suavemente, cuando recuerdas la palabra.
Un día más la ESPERANZA.