Ponle nombre al fracaso

«Ponle nombre al fracaso» debería ser una máxima en nuestras cabezas para definir aquellas partes de nuestra vida que nos han dejado una marca en el alma.

Hay muchos fracasos en la vida, personales y profesionales, que no están bien vistos en esta sociedad orientada al éxito y a la vida fácil. Lo cual es irreal ya que todo requiere un gran esfuerzo y lo material no nos completa humanamente.

Hace unos días vi la película «Belleza Oculta», protagonizada por Will Smith, en la que narra su vida antes y después de la pérdida de un ser querido, el esfuerzo por razonar lo que no es razonable.

Me llamó la atención que en una reunión de terapia en grupo, de ayuda a los que han sufrido la pérdida de un ser querido, además del lógico dolor e intenso recuerdo se le pone nombre a la pérdida. Se llamaba XXX y murió por XXX.

Esto me hizo reflexionar sobre nuestra vida personal y también la profesional. ¿Cuántos fracasos ocultamos para que no nos miren mal? Este es uno de los miedos más poderosos a los que nos enfrentamos cuando emprendemos. ¿Y si me va mal? ¿Qué van a pensar de mí?

En realidad no hay ningún fracaso completo, como tampoco hay ningún éxito completo. Lo que sí es realmente importante es saber qué no salió bien, aprender la lección y seguir adelante.

¿Y si nos preguntan por nuestro fracaso?

No sirve de nada escondernos, pues la respuesta la sabemos y es fácil contestar.

«Emprendí con toda la fuerza y toda la pasión del mundo, hice todo lo que pude y estuvo a mi alcancé, aunque no lo conseguí. He aprendido que la próxima vez tengo que mejorar…»

Este no es un ejercicio para valientes, es un ejercicio de sentido común. El que esté libre de fracaso que levante la mano. No hay nadie. 

Quien quiera vivir sin intentarlo que levante la mano.

Yo no soy de esos, lo intentaré una vez más. ¿Y tú?

Surfear la vida

Surfear la vida es un concepto que he aprendido del libro, regalo de mis hijos, que hace unos días terminé: «El juego interior del Tenis», de W. Timothy Gallway. Es un libro muy interesante porque desarrolla la dualidad (al menos) interna de cada uno. El autor establece el Yo número 1 como nuestra parte consciente y el Yo número 2 como la parte subconsciente. El razonamiento es fácil: si un día nos autopegamos la bronca por algo que hemos hecho ¿quién está regañando y quién está recibiendo la regañina?

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Una vez comprendidos y desarrollados estos conceptos de nuestro interior, cabe preguntarse si las diferentes circunstancias por las que atravesamos en la vida son una alineación de los astros universales para hacernos infelices o simplemente son retos para que avancemos en nuestro aprendizaje vital.

Este tema también lo deja claro Gallway cuando se cuestiona si debe jugar «machacando» el golpe débil del contrario. No es lo mismo jugar para hacer perder al contrario que jugar esperando que el otro desarrolle su mejor juego para, así, ser nosotros mejores de lo que éramos ayer.

Si fuerzo tu lado débil es para que lo mejores y avances, no te hago ningún favor ayudándote a esconder tus debilidades. Tómatelo así.

Con la vida pasa igual, podemos quejarnos de las cartas que nos tocan o pensar que lo que nos pasa es para avanzar y desarrollarnos, mejorar.

Resulta que podemos surfear la vida buscando olas pequeñas, olas grandes o la gran ola. Lo que está claro es que ninguna ola es igual a la anterior, y que cuando surfeamos una ola lo hacemos solos. A mayor dificultad, mayor satisfacción.

Solo los obstáculos sacan lo mejor de nosotros mismos, claro que para afrontarlos lo primero que tenemos que hacer es dejar de juzgarnos, querernos mucho y estar seguros de que, con el debido esfuerzo, seremos capaces de vencerlos.

Emprender. Ayúdame a dar el primer paso

«Ayúdame a dar el primer paso«, eso es lo que nos dicen muchas personas a lo largo de la vida. No me refiero a dar la mano para evitar un tropezón por la calle, o ese último paso en la montaña para llegar a la cumbre.

Consultor y coach de empresas y emprendedores

Ayudar a dar el primer paso a los demás debería ser un ejercicio habitual de nuestro día a día. Para ayudar y que nos ayuden. Lo que ocurre a veces es que igualmente tropezamos y entonces le echamos la culpa al que llevamos de la mano.

Esto le pasó hace unos días a una señora que iba con su hija pequeña de la mano. La niña tropezó y casi hizo caer a la madre. No tuvo la criatura suficiente con caerse, sino que su madre le pegó un broncazo porque había tropezado. Supongo que la niña se lo pensará la próxima vez que su madre le diga que le de la mano: «Total, ¿para qué? si tropiezo y encima me regañas, prefiero andar sola».

Nunca dudamos de que un niño pequeño que empieza a gatear acabará andando. Es más, si en sus primeros pasos se cae lo animaremos a levantarse y a seguir intentándolo. Al principio le daremos las dos manos para ayudarlo en esos primeros pasos, luego solo una mano, un dedo y, por último, lo alejaremos un poco de nosotros y lo llamaremos para que de esos primeros pasos en libertad. Nadie lo juzga.

Si practicásemos esto mismo con nuestros equipos de trabajo seguramente nos llevaríamos más de una sorpresa agradable. Si diéramos la mano para alcanzar las cimas juntos, para subir los escalones de una empinada escalera, o servir de apoyo cuando el suelo está resbaladizo, nos sentiríamos mejor. Mucho más seguros, tanto el que da como el que recibe.

Lamentablemente, en muchas empresas hay más gente mirando a ver si tropieza el compañero, para reírse de él, que los que están dispuesto a ayudar.

Igual pasa con los emprendedores. Es más fácil joderles el sueño de emprender su proyecto que darles la mano para ayudarles a conseguirlo.

Debe ser que la vida es así. ¿O no?