Las metas del camino de la vida

Nos pasamos la vida queriendo alcanzar las metas que nos prometen la felicidad: aquel magnífico coche, la casa de tus sueños, el trabajo más reconocido, el amor de tu vida…

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La foto que acompaña a este post se la hizo César Pérez Díaz a mi hijo Guillermo (el de la camiseta verde), entrando a canasta en un partido de basket. La foto me encantó, recoge un instante de esfuerzo, de ilusión, de belleza en ese salto buscando el aro. La verdad es que no recuerdo si entró o no el balón, tampoco era la final del campeonato, ni la canasta fundamental del partido. A veces, vivimos tan obsesionados con el resultado que nos perdemos el juego. Tan obsesionados con las metas que nos perdemos la vida.

Quizás, deberíamos pararnos a reflexionar si las metas alcanzadas nos han proporcionado estatus social y nada de felicidad (o al menos no la suficiente para justificar el esfuerzo).

Si todo lo que hemos perdido en el camino justifica nuestra tristeza y desamparo, o solo forma parte del aprendizaje vital por el que todos debemos pasar.

Es muy difícil enfrentarte a la realidad de cada día, sobre todo cuando no te gusta, cuando no tienes ilusión, aunque debemos tener absolutamente claro que sin andar el camino no llegaremos a ningún sitio. No podemos quedarnos sentados esperando a ver que pasa, esperando que alguien venga a rescatarnos, buscando la píldora de la felicidad.

Hay que moverse, hay que recorrer el camino. Un día lo haremos cantando al sol y otro con la cabeza agachada bajo el chaparrón de nuestras propias lágrimas, aún así hay que seguir andando.

Nos han educado para pensar que nos hará felices obtener aquello para lo que tanto esfuerzo hemos empleado. Y nos pasamos la vida buscando la felicidad en las metas, olvidándonos de disfrutar del camino.

Dice Jorge Bucay en su libro «El camino de la Felicidad»:  si vives pensando cómo deberían estar siendo las cosas para poder disfrutarlas, entonces no hay conexión con lo real y sin ello no hay una verdadera vida. Vivimos frustrados por no tener aquello que queremos (generalmente porque lo tiene el vecino y yo no) y de esta forma nos perdemos lo importante de la vida, que es disfrutar de cada instante, de cada entrada a canasta.

Emprender con éxito: la gran ecuación

En anteriores entradas escribía sobre la importancia que tiene pensar en quién va a ser nuestro cliente antes de emprender. Igualmente importante es tener muy claro en nuestra mente cuáles son los número «gordos» (no hay que llegar al céntimo) que necesitamos conocer para saber si nuestro negocio va a ser rentable o no.

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Otros conceptos básicos con los que deberíamos estar familiarizados son: costes fijos, costes variables, umbral de rentabilidad, margen de contribución,….

Como esto no es una clase financiera ni contable vamos a ir a lo que realmente nos importa: los clientes. Sin clientes no hay ingresos y sin ingresos no hay negocio, obvio (que diría mi hijo Gonzalo). Aún conociendo esta realidad, nos empeñamos en abrir tiendas, restaurantes, bares… sin tener claro quiénes van a ser nuestros clientes y sin salir a buscarlos; esperanzados en que por arte de magia aparecerán por nuestra puerta.

Pues antes de pensar en el mobiliario, en los colores de las paredes, las redes sociales y un largo etcétera muy importante, tenemos que hacer las cuentas de lo que vamos a gastar (con la precaución de incrementar un 30% de margen de seguridad, hazme caso) y cuánto necesitamos ingresar para empezar a ganar dinero.

Emprender no es fácil, mantenerse tampoco, de los beneficios a las pérdidas se pasa casi sin darnos cuenta. No te arruinas de un día para otro, se produce a través de un goteo incesante, te desangras dentro de una bañera de agua caliente y cuando quieres acordar es demasiado tarde. Por eso, debemos tener muy claro que la proporción entre Ingresos y Gastos nos llevará a cosechar el éxito que deseamos, a obtener beneficios.

En la parte de los gastos es muy importante diferenciar aquellos que son fijos, es decir, los que tenemos que pagar sí o sí, independientemente de vender o no (alquiler del local), de los gastos variables (los que van en proporción al volumen del negocio). Por mucho que queramos reducir los gastos de nuestro negocio, manteniendo un margen de calidad, llegará un punto en que no podamos bajarlos más. Si aún así, sigues teniendo problemas para mantener el punto de equilibrio de tu negocio, si sigues sin cosechar beneficios, tu problema está en la parte de los ingresos y si no ingresas lo debido es que no tienes suficientes clientes.

No te lances a emprender sin tener absolutamente claros los número de tu proyecto. Establece tus márgenes de seguridad frente a incidencias y revisa con frecuencia los datos.

Y como siempre te digo: hazlo todo por escrito.

Emprender con éxito: mejorar cada día

Si la semana pasada hablaba de la importancia de pensar en quién va ser nuestro cliente antes de lanzarnos a emprender, hoy quiero incidir en lo importante que es mejorar cada día nuestro proyecto. No vale rendirse en el primer revés, ni en el segundo, ni en el tercero…

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Pensaba en la película «El día de la marmota» donde repite Bill Murray el mismo día, mañana tras mañana, al menos aparentemente.

A veces, nos enfrentamos a la sensación del día de la marmota, repitiendo una y otra vez nuestros rituales, sin emoción, mecánicamente, yendo a trabajar sin ilusión. Pero si contemplamos esta película con otra mirada nos daremos cuenta de que para conseguir sus objetivos (primero menos nobles y luego los realmente importantes) el protagonista, todos los días, intenta mejorar algún aspecto de su vida.

Y es que, al final, competimos contra nosotros mismos y sería fenomenal que nos diéramos cuenta de que es así. No nos sirve compararnos con los demás porque somos seres únicos y extraordinarios, por eso nuestro cometido debería ser mejorarnos, a nivel personal y profesional. Tomar clases, pedir consejos, investigar, leer libros o revistas que nos aporten información para el proyecto de negocio o vida que estemos desarrollando.

Cuando hablo de emprender no me refiero solo a un negocio, se trata también de nuestra vida, de querer ser mejor que mi yo de ayer; no es lo mismo que querer parecernos al famoso de turno o al vecino del quinto. Además, al mejorar yo también lo hace mi entorno, lo que se convierte primero en un círculo y luego en una espiral positiva a nuestro alrededor.

Claro que para mejorarnos debemos conocernos, hablar con nuestro interior, saber el punto de partida y el destino. Igual ocurre con nuestro proyecto: ¿en qué punto está? ¿dónde lo quiero llevar? ¿en qué soy bueno? ¿cuál es mi talento? ¿cuáles son mis habilidades? ¿dónde puedo encontrar las mejores ideas?

Desde luego, todo proyecto debe reflejarse en un plan por escrito con las acciones que tenemos que llevar a cabo y con los números básicos necesarios. Este plan tiene que ser nuestra Biblia y susceptible de mejora continua, es decir, no vale con escribirlo y guardarlo en un cajón. Nuestro plan, nuestro proyecto, está vivo y necesita alimentarse cada día con nuevos datos, conocimientos y sensaciones. Hay que perseverar, seguir mejorándolo.

Mañana cuando me levante, y agradezca a Dios un nuevo amanecer, querré ser mejor de lo que he sido hoy.¿Te animas a hacerlo tú también? Seguro que sí.

 

 

 

Emprender con éxito: paso 1

A la hora de emprender debemos analizar muchos factores. Para mí, el principal punto a tener en cuenta es saber quien va a ser mi cliente, a quién le voy a vender. Si no vendo, no ingreso y si no ingreso, no como. Sí, he dicho vender, no que me compren. No es lo mismo ni de lejos.

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Lo primero que deberíamos pensar (a parte de tener identificado nuestro talento y generar ideas) es a quién le vamos a vender nuestro producto o servicio. Podemos tener ideas maravillosas que solo nos gusten a nosotros y que, por tanto, no se las consigamos vender a nadie, entonces adiós negocio, dinero, tiempo y lo que es peor ilusión.

El número uno de los trece errores a la hora de emprender, que comenta Azucena Fraile, es el de creer que tu idea es infalible y lanzarte a emprender sin más.

Ya hemos visto en otros artículos que podemos y debemos generar ideas para emprender y desarrollarnos en la vida (no solo hablo de trabajo), partiendo de nuestro talento. Pero cuando montamos una empresa o un comercio guiados solo por nuestro corazón y por la maravillosa idea que se nos ha ocurrido podemos estrellarnos con facilidad y tener que aguantar a más de uno decirnos, con gesto torcido, la maravillosa frase de «esto ya lo sabía yo, mira que te lo dije».Aunque solo sea para no darle el gustazo a los capullos que piensan así vamos a medir muy bien todo aquello que acometemos.

Pongamos como ejemplo abrir una tienda de artículos de pesca, (actividad a la que debería ser aficionado, porque sino no se entendería que abriera una tienda de algo sobre lo que no tengo ni idea).

Al margen de la inversión en material, búsqueda de proveedores, local y una larga lista de detalles, vamos a centrarnos en nuestro posible cliente. Lo primero será saber cuántos clientes potenciales hay. ¿De dónde puedo sacar la información? Por regla general los aficionados a algún deporte o actividad se suelen agrupar en peñas o asociaciones así que de aquí puedo obtener estos datos.

Una vez conocido el potencial número de clientes que puedo tener, estaría bien saber quien va a ser mi competencia y no sólo a nivel local, también provincial o comarcal, sin olvidar Internet (hace años que mi amigo Koke compra material de China por esta vía).

Una vez controlados estos aspectos también debería saber cuándo le interesa a mi posible cliente comprar, porque a lo mejor se me ocurre abrir en horario de comercio y mis potenciales clientes prefieren comprar los sábados o los domingos antes de salir de pesca y resulta que el resto de los días no vendo un anzuelo.

Y claro, también me tengo que posicionar en la mente de mis posibles clientes haciéndome un hueco para que me tengan presente a la hora de comprar material, lo que me obligará a presentarme a las peñas y asociaciones, patrocinar concursos de pesca y a frecuentar los lugares donde se reúnen. Se hace también imprescindible usar las redes sociales y, por supuesto, disponer una página web donde pueda vender lo mismo que tengo en la tienda a todo el mundo; estamos en un mercado globalizado que no entiende de horario comercial.

Esto es como correr una maratón sin entrenar. ¿A quién se le ocurre montar un negocio sin pensar en el cliente?