Hace unos días me llamó mi amigo Juan (nombre ficticio) para que le echara una mano con su empresa familiar convertida en un auténtico infierno. Después de un rato charlando le tuve que decir: «la empresa no es tuya, era de tu padre hasta que falleció el mes pasado y de ahí el follón que tenéis».
Esto de los protocolos familiares, asesores y consejos de administración está muy bien para las grandes empresas o incluso medianas, pero cómo pones orden en un pequeño negocio de hostelería (vaya, un bar de toda la vida que sirve también menús y raciones) donde se mezclan hermanos, hermanas, cuñados, cuñadas, algún que otro sobrino y más de un gilipollas (con perdón).
Poco después de esta Semana Santa, de éxito en el bar de mi amigo, me senté con su padre para charlar un rato, como había hecho antes tantas veces. Me dijo que sabía que estaba muy fastidiado con su cáncer y que no le quedaba mucho de vida, a lo que respondí que nunca se sabe, que la suerte también influye y todas estas cosas que decimos en estos casos. También le dije, con verdadera intención de ayudar y temeroso del futuro, que era imprescindible que pusiera orden en la familia y por extensión en el negocio, a lo que me respondió: «cuando me muera ya se organizaran ellos». Pues, querido amigo, se ha formado un lío bastante serio que no sé donde terminará.
Y es que poner orden cuando todo es un caos es una tarea muy complicada, requiriendo en primer lugar que todos los implicados en éste quieran colaborar, o al menos conseguir que una parte importante lo haga.
He tratado de convencerlos de que la sangre, la familia, está por encima de los euros y que bastante tiene su madre con haber perdido a su marido como para contemplar a sus hijos peleándose para ver quien manda. Aunque me temo que este camino está complicado pues fue su propio padre quien los puso a trabajar de camareros y de cocineros (chicos y chicas) sin considerar que también eran hijos y hermanos.
Lo primero que he hecho es pedirles calma, colaboración y les he reforzado mi imparcialidad. Además, les entregué un folio a cada uno con tres simples preguntas cuya respuesta (espero que absolutamente sincera) me guardaré de momento hasta que ellos me autoricen a ponerlas en común:
- ¿Quieres trabajar aquí? ¿Por qué?
- Si tu respuesta es afirmativa ¿de qué quieres trabajar? ¿Por qué?
- ¿Qué sueldo crees que deberías tener? ¿Por qué?
Cuando la sangre se ha convertido en euros es mejor intentar ordenar por la parte del dinero (las penas con pan son menos) redibujando la estructura del negocio, los puestos necesarios, los responsables,…, y pedirle a Dios que siga entrando dinero en el cajón, porque como encima las ventas no acompañen el negocio dura tres días y la familia…¿familia?
Ya os iré contando.