Selección de personal versus escoba en el patio

Me contaba María Teresa, mujer trabajadora de más de 50 años y única fuente de ingresos de su familia (vamos, un pedazo de mujer), que en su primera entrevista de trabajo, siendo muy jovencita, tuvo que atravesar el patio de una fábrica de dulces camino de la oficina. En esos pasos, sin advertir que la observaban desde un piso superior, encontró una escoba tirada en el suelo. Sin más pensamiento que el ponerla de pie junto a la pared se agachó y la recogió. Ese simple detalle le valió para que la contratasen, era el método que tenían los propietarios para hacer la selección de personal.

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En esto de los mil y un sistemas para redactar currículums atractivos, con colores como si fueran vitaminas energizantes, con amplios desgloses de trayectorias impecables y de los másteres y menesteres realizados, se olvida mencionar que habría que poner si el protagonista del mismo es capaz de agacharse a recoger una escoba, un papel, o algo fuera de su sitio. He oído a más de uno y de una decir: «esa no es mi función».

Quizás es que a las empresas se les olvida anotar, cuando demandan una persona para un puesto de trabajo, que los candidatos deberían ser capaces de agacharse a coger una escoba que esté tirada en el suelo.

Hay currículums llenos de actitudes con muy pocas aptitudes y también lo contrarío, personas extraordinarias dispuestas a dejarse la piel en su trabajo, a agacharse para recoger la escoba. Que complicado es que tengan una oportunidad, que se les escuche, que se les pruebe.

¿Acaso es malo buscar trabajo ofreciendo tus manos, tu honradez y tu esfuerzo? Quizás lo sea no haber podido estudiar porque no tenías medios o porque te equivocaste y dejaste de hacerlo. Que fácilmente se pone la etiqueta de fracasado, de que ya es mayor, de que es mejor contratar gente joven por poco dinero y que tienen muchos títulos.

Insisto: estos jóvenes cargados de títulos, ¿se agacharán a coger la escoba? o serán de los de «a mí esto no me corresponde». ¿Con qué criterio seleccionamos?

Plan de negocio…, ¿para qué?

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Hablaba el otro día sobre los capítulos de gestión de negocio de mi libro «La Vida no es Gratis»  con Marieta, empresaria jubilada hace ya unos años. Me contaba que cuando ella se hizo cargo del negocio lo único con lo que contaba era con su experiencia de haber trabajado desde niña y que supo mantenerlo e incrementarlo. Se preguntaba si ahora sería capaz de hacerlo.

Estoy seguro de que lo conseguiría porque, además de poner todo su corazón en ello, le dedicaría todas las horas disponibles para que el negocio fuera marchando bien; aunque ahora contamos con muchas más herramientas para controlar los riesgos en un mercado mucho más competitivo que antes y con clientes extraordinariamente exigentes.

Hay dos factores fundamentales que marcan la buena marcha de un negocio, sobre todo cuando se empieza el proyecto, es decir, antes de abrir las puertas:

  1. El tiempo que le vamos a dedicar.
  2. Tener un buen plan de negocio.

En esta sociedad de la inmediatez queremos hacernos ricos al segundo día de poner en marcha el negocio, además trabajando con horario de funcionario, y claro nos damos cuenta de que no es así. Entonces empieza la frustración, el no entender cómo la gente no entra por la puerta y qué hago metido en esto si lo que quiero es tener las tardes y los fines de semana libres.

Hay personas que generan ideas de negocio como churros, aunque el problema está en llevarlas a cabo. Está muy bien tener la visión y la misión claras en la mente pero tenemos que tener un plan de negocio por escrito con los números muy claritos, en el plan y en nuestra cabeza.

Esto es como subirte al coche y querer ir a Sotillo de Caracena, provincia de Soria, sin más indicaciones y sin panel de mandos en el salpicadero. Lo mismo con intuición y mirando a las estrellas llegas, pero sería mucho mejor establecer un plan de viaje y mientras más datos tengamos controlados menores riesgos y mayor tranquilidad.

Veo muchos comercios y negocios que se montan así, por intuición, con corazón, aunque sin un plan de negocio. Si invertimos más tiempo en elegir el color de las paredes que en hacer unos numerillos sobre el tiempo de amortización de la inversión, de la liquidez necesaria para los primeros seis meses y, sobre todo, sin testar el mercado, me temo que tienen las horas contadas.

A mí me duele mucho cuando veo una tienda que se cierra, porque lo que necesitamos son emprendedores, valientes inconformistas, héroes ilusionados con montar su propia empresa.

Vamos a echar una mano.

 

Empresa familiar: la sangre convertida en euros

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Hace unos días me llamó mi amigo Juan (nombre ficticio) para que le echara una mano con su empresa familiar convertida en un auténtico infierno. Después de un rato charlando le tuve que decir: «la empresa no es tuya, era de tu padre hasta que falleció el mes pasado y de ahí el follón que tenéis».

Esto de los protocolos familiares, asesores y consejos de administración está muy bien para las grandes empresas o incluso medianas, pero cómo pones orden en un pequeño negocio de hostelería (vaya, un bar de toda la vida que sirve también menús y raciones) donde se mezclan hermanos, hermanas, cuñados, cuñadas, algún que otro sobrino y más de un gilipollas (con perdón).

Poco después de esta Semana Santa, de éxito en el bar de mi amigo, me senté con su padre para charlar un rato, como había hecho antes tantas veces. Me dijo que sabía que estaba muy fastidiado con su cáncer y que no le quedaba mucho de vida, a lo que respondí que nunca se sabe, que la suerte también influye y todas estas cosas que decimos en estos casos. También le dije, con verdadera intención de ayudar y temeroso del futuro, que era imprescindible que pusiera orden en la familia y por extensión en el negocio, a lo que me respondió: «cuando me muera ya se organizaran ellos». Pues, querido amigo, se ha formado un lío bastante serio que no sé donde terminará.

Y es que poner orden cuando todo es un caos es una tarea muy complicada, requiriendo en primer lugar que todos los implicados en éste quieran colaborar, o al menos conseguir que una parte importante lo haga.

He tratado de convencerlos de que la sangre, la familia, está por encima de los euros y que bastante tiene su madre con haber perdido a su marido como para contemplar a sus hijos peleándose para ver quien manda. Aunque me temo que este camino está complicado pues fue su propio padre quien los puso a trabajar de camareros y de cocineros (chicos y chicas) sin considerar que también eran hijos y hermanos.

Lo primero que he hecho es pedirles calma, colaboración y les he reforzado mi imparcialidad. Además, les entregué un folio a cada uno con tres simples preguntas cuya respuesta (espero que absolutamente sincera) me guardaré de momento hasta que ellos me autoricen a ponerlas en común:

  1. ¿Quieres trabajar aquí? ¿Por qué?
  2. Si tu respuesta es afirmativa ¿de qué quieres trabajar? ¿Por qué?
  3. ¿Qué sueldo crees que deberías tener? ¿Por qué?

Cuando la sangre se ha convertido en euros es mejor intentar ordenar por la parte del dinero (las penas con pan son menos) redibujando la estructura del negocio, los puestos necesarios, los responsables,…, y pedirle a Dios que siga entrando dinero en el cajón, porque como encima las ventas no acompañen el negocio dura tres días y la familia…¿familia?

Ya os iré contando.